Improvisé unas riendas con un mecate que siempre andaba por alguna emergencia (práctica que no me abandona todavía) y lo dejé bien amarradito en la baranda de la escalera para que no se fuera de aquella casa tan citadina desprovista de zacate, solar, árboles y bardas. Lo único que no podía hacer era ponerse en dos patas, pero eso lo resolvíamos a pura imaginación, igual que la horda de enemigos persiguiéndonos; igual que el pasto sequito que lo alimentaba; igual que las noches de luna en que acampábamos en la cochera de aquella casa 533ª, ubicada en avenida 18, calle 5 y 7, en el San José de mi infancia. El verdadero milagro que hace que, desde hace más de dos mil años, se detenga la prisa, se acalle el estruendo, se adormezca la furia y se marchen el miedo, el frío, el hambre y la guerra por un ratico al menos.
Author: Ana Coralia Fernández
Published at: 2025-12-07 13:30:00
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