Cuando por fin comprendieron que Madrid tiene más cerros y vaguadas que Roma, se atendió a la topografía y se buscaron soluciones como las de Eduardo Torroja Millet, quien solventó la cuestión con varios puentes; entre ellos, el viaducto de los Quince Ojos, el de los Deportes y el que da título a esta columna, el del Aire, una joya de ochenta y dos metros de largo y dos arcos gemelos de 36 metros de luz y 18 de altura –es decir, casi el viaducto de la Calle Segovia–, que salvaba el desnivel del barranco de Cantarranas, con su arroyo del mismo nombre. Ninguno de los tres se ha desvanecido por completo, pero el del Aire tuvo una suerte extraña en la década de 1970: ser enterrado con barranco y todo en la finca del Palacio de la Moncloa; quizá, para impedir que los ocupantes de la flamante sede de la Presidencia del Gobierno, que había estado hasta entonces en el Palacio de Villamejor, se tiraran por él. Lo que en su opinión era el mejor paisaje de Madrid había dado paso a “una gran avenida, rasantes nuevas, el horror de la urbanización” y, por supuesto, a costa de pérdidas como los jardines del Parterre, del Caño Gordo, del Paso, de la Estufa, del Laberinto y del Jardín Bajo, aunque el Palacio de la Moncloa guarde aún la fuente donde Antonio Machado dedicó uno de sus poemas a Pilar de Valderrama, Guiomar.
Author: Jesús Gómez Gutiérrez
Published at: 2025-09-13 19:42:06
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