Mirando un atardecer hablamos de las casas en las que crecimos, donde nuestros padres fueron jóvenes y ahora envejecen, de los ... objetos que guardamos ahí como tesoros íntimos –un Zippo, un mapa, un cepillo de carpintero con el que un chaval sin estudios consiguió su primer trabajo–, de los reencuentros, de las historias que se han quedado pegadas a esas paredes y que confiamos en contar una y otra vez a quienes vengan con la esperanza de que algún eco deformado de lo que ocurrió sobreviva al tiempo, igual que sucede con los mitos. Hablamos del escudo imposible de Aquiles, en el que un dios cinceló los cielos y la tierra, la noche y el día, el mar y las ciudades de los hombres, bellas a rabiar, donde estos pelean por dinero y por poder y conviven la felicidad y la desgracia, la guerra y la paz, los reyes y los labriegos, los acróbatas y los artesanos, las fieras y los animales mansos que nos dan de comer: todo lo que existía. Días después, preparando un arroz para doce, en el jardín de la casa que construyó mi abuelo, el mismo que restauró la mesa en la que aún nos sentamos, pensé en cuántos veranos más me quedarán así, despreocupado, rodeado de amigos y familia, aún sanos, riendo, probando vinos desconocidos y bebiendo por encima de nuestras posibilidades para acabar durmiendo la siesta sobre el césped, igual que hacía cuando aún era el nieto de alguien, y ese alguien apagaba las brasas.
Author: (abc)
Published at: 2025-08-19 17:11:42
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