En ese universo infantil está el sustrato de su obra: la cotidianeidad, la mirada abstraída hacia los demás y a la vez introspectiva, el lenguaje coloquial, la naturalidad en el decir frente al estilo ampuloso o las propuestas demasiado experimentales, la narración de vidas sencillas sin épica ni moralejas, el núcleo familiar y la irradiación de los tumultos políticos en el día a día. La nómina de escritores italianos que descubrieron con Einaudi no tiene desperdicio: además de a la propia Ginzburg y a Pavese, lanzaron a Italo Calvino (que se convirtió en colaborador y en un atento lector de los primeros manuscritos de Ginzburg), Elsa Morante (una apuesta de Natalia, que identificó en ella un talento –que también sería un carácter– opuesto al suyo, mucho más intenso y expansivo), Mario Rigoni Stern, Anna Maria Ortese, Carlo Emilio Gadda y Leonardo Sciascia, entre otros. De la abundante información que recoge la biógrafa, se puede destacar, por un lado, la estancia de Ginzburg en Londres, donde descubrió a autores, como la singularísima Ivy Compton-Burnett, y sintió más que nunca la nostalgia de Turín, como escribió en Las pequeñas virtudes.
Author: Cristina Ros
Published at: 2025-09-02 20:21:01
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